Texto: Vanesa Sánchez/Fotos: Luis Chacón
La Fundación Escuela de Solidaridad nació hace más de un cuarto de siglo con el objetivo de aportar el amor y el apoyo de una familia a personas en situación de exclusión social. Aunque en un principio se presentaron muchas dificultades, Ignacio Pereda, el fundador de esta organización, fue resolviéndolas con imaginación y mucho esfuerzo. El centenar de personas acogidas en los cuatro centros de los que disponen en varias provincias de Andalucía trabaja junto a voluntarios y empleados para la subsistencia de esta enorme familia autogestionada, que no recibe ayudas estatales. El centro de Sierra Elvira es el de mayor extensión y el único en propiedad de la Fundación. En él conviven muchas madres con sus hijos acogidos a través del programa “Mejor con Mamá”, que es al que se le está dando mayor preferencia.
Ignacio, fundador de Escuela de Solidaridad |
Pero a través de los centros sociales, la organización también recibe a mujeres embarazadas, madres maltratadas y con hijos, jóvenes y ancianos, enfermos y solos. Para permitir la inserción en la sociedad, se preparan numerosos talleres, que además sirven para obtener productos que después serán vendidos con el objeto de recaudar fondos que ayudan a la financiación de la organización. Este programa se llama “Mejor Ocupado” y engloba talleres de cobre, carpintería, albañilería, forja, cerámica, velas y agricultura ecológica, entre otros. Con éste último se autoabastecen las casas dentro de esta comunidad y además se elaboran conservas, aceites y mieles que serán vendidos a través de la página web de la organización y en mercados como el de Saleres. Junto a las aportaciones de los más de 500 socios, constituyen las principales fuentes de ingreso para mantener a esta gran familia. Una de las casas, cedida por un socio, está precisamente en Saleres y ha sido rehabilitada por los propios alumnos y voluntarios del taller de albañilería.
Desde agosto del año pasado, Carlos coordina en ella un taller de panadería y realiza rutas de senderismo con algunos de los internos y voluntarios que vienen a tomar un respiro en la naturaleza. “Buscamos este pueblo porque es una oportunidad para integrarse en la vida sana, una vez al mes hacemos una marcha grande” comenta Carlos. Los habitantes de Saleres, según el director de la casa en este pueblo “están encantados porque como no hay apenas niños, siempre son bienvenidos” y esta experiencia se traslada a los demás centros generando una lista de espera, ya que “les encanta la zona”, añade.
Taller de Panadería en Saleres |
Si los acogidos vienen de todas las partes del mundo, los voluntarios también. Algunos estudiantes de Ciencias Económicas de universidades alemanas solicitan realizar un voluntariado para estudiar este ejemplo de autogestión de primera mano. Ignacio se muestra orgulloso de que esta fundación pueda mantener por sí misma al centenar de personas que crecen en un ambiente amable y familiar gracias a las ayudas de los socios y del trabajo de los miembros.
El triunfo de esta asociación está en que tras todos estos años, los responsables de la iniciativa no pierden la motivación; “la labor de amor y cariño hacia las personas no te la da nadie, tú le puedes decir a una persona desamparada que vaya a cualquier centro, pero si no hay amor se va, porque el amor es la base de todo” dice Carlos. Muchas veces esta labor se ve recompensada al ver como algunos antiguos internos han podido desarrollar sus vidas con normalidad.
Carlos asegura que “es reconfortante pensar que hay más gente que ha conseguido aprender un oficio, estudiar, y tener su profesión”. En estos casos, añade el director en Saleres, “el que triunfa queda vinculado a la organización toda su vida, porque para esa persona la Fundación Escuela de Solidaridad es su familia”.
Carlos, Director de la Casa de Saleres |
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